Extracto del artículo semanal de Arturo Pérez Reverte del lunes 23 de Agosto de 2009:
"Uno comprende que tiene que haber tontos, como tiene que haber de todo. Me refiero al tonto social, o sea. Al que normalmente llamamos tonto del haba. Al imbécil de andar por casa. De diario. Son criaturas de Dios, como dijo San Francisco del hermano lobo, si es que lo dijo, y tampoco es cosa de pasarlos por el lanzallamas. O de pasarlos sin más. Tienen tanto derecho a existir como cualquiera. Incluso un tonto evidente, lustroso, bien cebado, de esos que da gloria verlos, tipo cuñado Mariano, hace su papelito en determinados lugares. Decora el paisaje. Sobre todo si, como ocurre a menudo, no tiene conciencia de lo tonto que es. O de lo que puede ser si se lo propone, en plan película de superación deportiva americana, con el entrenamiento y el esfuerzo adecuado.
Y es que un tonto en condiciones, situado en el lugar idóneo, el trabajo, la vida cultural, la política, completa la vasta y asombrosa obra de la Naturaleza. La armonía del Universo. Enriquece la vida, para que me entiendan. Sirve como referencia. Como tontómetro del entorno y como brújula para los demás. Por eso siempre he sido partidario de tener un tonto a mano. No demasiado cerca, ojo. Un tonto es como las escopetas: lo carga el diablo. Pero tenidos a distancia y bajo control razonable, se aprende mucho observándolos. La pega principal es que el tonto tiene una asombrosa capacidad reproductora. Se multiplica como una coneja. Y al menor descuido, te rodea como al general Custer. Ciertos ambientes, sobre todo los políticamente correctos, le son en extremo favorables. Y si además se trata de un tonto de aquí, español, con todos los complejos, inculturas, envidias y estupidez congénita propios de esta nacionalidad esplendorosa y autosatisfecha de la que gozamos, para qué les voy a contar. Si España exportara tontos al extranjero –a veces lo hace, pero sin organización ni método– seríamos la primera potencia mundial. Los tontos españoles son tontos conspicuos, de pata negra. Matizo, a fin de no avivar talibanismos feminazis: los tontos y las tontas. Para qué voy a mentir: en el fondo me hace ilusión. Si el tonto español desapareciera como especie, la cosa sería tan lamentable como la desaparición del toro de lidia, o la del tertuliano radiofónico que con la misma soltura analiza un resultado electoral que la teoría de campos de fuerza de Maxwell. Una de nuestras señas de identidad nacional se iría a tomar por saco. Cuando los últimos vínculos trimilenarios que unen a nuestra ruin tropa se aflojen del todo, y castellanos, catalanes, vascos, andaluces, inmigrantes y demás vayamos cada uno a nuestro aire, como realmente nos pide el cuerpo, sólo habrá dos cosas que nos sigan manteniendo unidos: el fútbol y lo tontos del ciruelo que somos, o que podemos llegar a ser cuando la Historia, la sociedad, la tele, la moda de turno, nos dan la oportunidad. Que suelen dárnosla."
"Uno comprende que tiene que haber tontos, como tiene que haber de todo. Me refiero al tonto social, o sea. Al que normalmente llamamos tonto del haba. Al imbécil de andar por casa. De diario. Son criaturas de Dios, como dijo San Francisco del hermano lobo, si es que lo dijo, y tampoco es cosa de pasarlos por el lanzallamas. O de pasarlos sin más. Tienen tanto derecho a existir como cualquiera. Incluso un tonto evidente, lustroso, bien cebado, de esos que da gloria verlos, tipo cuñado Mariano, hace su papelito en determinados lugares. Decora el paisaje. Sobre todo si, como ocurre a menudo, no tiene conciencia de lo tonto que es. O de lo que puede ser si se lo propone, en plan película de superación deportiva americana, con el entrenamiento y el esfuerzo adecuado.
Y es que un tonto en condiciones, situado en el lugar idóneo, el trabajo, la vida cultural, la política, completa la vasta y asombrosa obra de la Naturaleza. La armonía del Universo. Enriquece la vida, para que me entiendan. Sirve como referencia. Como tontómetro del entorno y como brújula para los demás. Por eso siempre he sido partidario de tener un tonto a mano. No demasiado cerca, ojo. Un tonto es como las escopetas: lo carga el diablo. Pero tenidos a distancia y bajo control razonable, se aprende mucho observándolos. La pega principal es que el tonto tiene una asombrosa capacidad reproductora. Se multiplica como una coneja. Y al menor descuido, te rodea como al general Custer. Ciertos ambientes, sobre todo los políticamente correctos, le son en extremo favorables. Y si además se trata de un tonto de aquí, español, con todos los complejos, inculturas, envidias y estupidez congénita propios de esta nacionalidad esplendorosa y autosatisfecha de la que gozamos, para qué les voy a contar. Si España exportara tontos al extranjero –a veces lo hace, pero sin organización ni método– seríamos la primera potencia mundial. Los tontos españoles son tontos conspicuos, de pata negra. Matizo, a fin de no avivar talibanismos feminazis: los tontos y las tontas. Para qué voy a mentir: en el fondo me hace ilusión. Si el tonto español desapareciera como especie, la cosa sería tan lamentable como la desaparición del toro de lidia, o la del tertuliano radiofónico que con la misma soltura analiza un resultado electoral que la teoría de campos de fuerza de Maxwell. Una de nuestras señas de identidad nacional se iría a tomar por saco. Cuando los últimos vínculos trimilenarios que unen a nuestra ruin tropa se aflojen del todo, y castellanos, catalanes, vascos, andaluces, inmigrantes y demás vayamos cada uno a nuestro aire, como realmente nos pide el cuerpo, sólo habrá dos cosas que nos sigan manteniendo unidos: el fútbol y lo tontos del ciruelo que somos, o que podemos llegar a ser cuando la Historia, la sociedad, la tele, la moda de turno, nos dan la oportunidad. Que suelen dárnosla."
2 comentarios:
jajajajajajaja
¡¡este hombre es un monumento en sí mismo!! qué manera de ametrallar imbéciles, ahí ahí, a diestro y siniestro, tontos segados a mandoble!!
n a c o
tontoconvistas
hasta su pasmina es viril ....
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